Un susurro... mientras me folla. Un susurro... mientras Se distancia y me viola. Y siento exactamente eso.
Lo deseaba, pero nunca soporté el dolor. Nunca me consideré masoquista, no lo disfruté. En ninguna de mis relaciones logré salvar ese escollo, lo pasaba mal, era estresante. Lo deseaba.
Cuando llegué a Casa de Azrael, descubrí que el dolor en la Casa era intenso, más intenso de lo que jamás había tenido. No por sadismo, sino por autocontrol y entrega. ¿Cuántos azotes se pueden recibir en una hora de reloj con pala de madera, látigo o lo que Él desee? Sin parar. Nadie los cuenta.
Lo he pasado mal, muy, muy mal, tremendamente mal. No podía controlarme, quería disfrutarlo, necesitaba disfrutarlo, y a la vez necesitaba sufrirlo porque la disciplina sirve para moldear a la esclava, el dolor sirve para doblegarla. Podría definirlo como una necesidad terrorífica, y cada día me frustraba más, y cada día sufría más, y cada día lloraba más, y cada día tenía más ansiedad, y no quiero olvidarlo nunca. Y tuve miedo de que esto destruyera no sólo nuestra relación, sino a mi misma por frustrar todos mis deseos durante tantos y tantos años.
Poco a poco, agarrada a mi Señor, fui entendiendo como hacer del dolor algo mio, algo que entregaba, borrando la idea de que a la esclava se le exije que sufra con el dolor y no que disfrute. Y en todo este proceso tengo que agradecerle a mi Señor, que no se doblegase Él, que no bajara la intensidad, ni me diera por perdida, aunque hubo momentos muy duros para los dos, muy duros para Él.
Ahora sé que todo esto que me ha costado tanto, con lo que he sufrido tanto, ha sido un aprendizaje, un aprendizaje vital. Se acabó la ansiedad, y creció el deseo. Ojalá me azotara cada día hasta arrancarme la piel. Si me llegan a decir hace meses..., hace años, que siempre que me azotara mi Señor iba a términar corriéndome sólo con los azotes, creería que eso era una estupidez. Pero así es, así ocurre. Y lo deseo profundamente. Y escalamos un abismo.
No es que no me entregara, es que no me rendía porque no sabía como. No me abandonaba. Creer que Él no me entendía me hacía llorar más, pero Él me estaba entrenando y sufriendo también. Ahora, tras los primeros azotes, comienzo a sentir relax, mi cuerpo no se disocia de mi mente, sino todo lo contrario, se unen más íntimamente. Esa sensación la pierdo en momentos, pero mi cuerpo y mi mente ya están entrenados, ellos solos vuelven y se unen, sin consciencia. Y me voy a un lugar donde estoy tranquila, donde el dolor es Suyo y es mio, y me gusta, y salgo y entro de ese estado, hasta que ya no salgo más, y estar ahí es mejor que un orgasmo, y aún así me corro, y mi Señor termina, y ahora si que lloro, porque quiero más, porque no quiero salir de ahí, porque Le Amo, porque me amo, porque Le necesito, porque en ese lugar siento una felicidad y un abandono que no puedo sentir en ningún otro lugar, ni bajo ninguna otra circunstancia. Y así Le complazco.