Cuando recuperé la conciencia sólo encontré luz alrededor... una luminosidad más cegadora y aterradora que la absoluta oscuridad. Notaba las cadenas alrededor del cuello y la cintura, amordazada y con las manos inmovilizadas a la espalda. Bruscamente giré mi rostro y vi su reflejo metálico, difuso y alargado oscilando sobre la brillante plancha. Escudriñé el ambarino reflejo de la sangre seca que había corrido por mis labios, no podía sentir la piel ni dolor alguno en la cara, entonces supe que llevaba amordazada una eternidad.
Me volví ante el brutal sonido y allí estaba el Amo, había traspasado parte de la estructura lisa y metálica donde estaba cautiva. Bajé instintivamente la mirada..., atenazaba mi cabellos, erguía mi cabeza, noté su ácido escupitajo, a pesar de la insensibilidad de mi rostro, ardía... y comenzó a azotarme a un ritmo constante y perpetuo. Simplemente me concentré en el dolor, y en no temer más allá..., me porté bien, y desapareció la mordaza, y desapareció el Amo.
En el extremo opuesto de aquella inmensa caja metálica descubrí dos cuencos con agua y algo de alimento no identificado. Por unos instantes me sentí aliviada... pero por mucho esfuerzo que hiciera y tirara de mis cadenas hasta casi estrangularme no conseguía más que rozar el frío metal con mi aliento, y así me dí cuenta que debía renunciar a todo, a cualquier deseo, a cualquier necesidad, porque mi supervivencia sólo dependía de la voluntad del Amo, y cualquier anhelo sólo supondría dolor.
Allí estaba de nuevo, con una insolente sonrisa irónica, y acorralándome a salvajes bofetadas contra la helada pared metálica. Aturdida... liberó mis brazos para esposar mis muñecas fuertemente a dos argollas, muy por encima de mi cabeza. Inmediatamente dos pequeñas plataformas igualmente heladas sobresalieron de la pared a la altura de mis muslos. Me encadenó los tobillos a ellas, apenas podía reposar los dedos de los pies. Y, de esa monstruosa pared metálica salió un tercer resorte, una consolador igualmente metálico y helado que se me clavó de un sólo golpe... y allí permanecí empalada, encadenada y desfallecida, mientras a ratos se activaba algún perverso mecanismo dentro de esa polla que me obligaba a cabalgar sobre ella en contra de mi voluntad.
Un día... el Amo me quitó las cadenas, me colocó un cinturón de castidad igualmente metálico y frío y me expulsó del Planeta.
Nota: el cinturón de la imagen se puede adquirir en
http://www.latowski.de/latowskiFlash/sonar.htm
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